Comentario
Las guerras de independencia habían arrasado buena parte de los recursos productivos, de modo que la reconstrucción económica fue una de las tareas prioritarias, en un contexto marcado por la falta de capitales con los que emprender una empresa de tal envergadura. Si algo caracterizó a este período desde una perspectiva económica fue el estancamiento. Los mercados internos seguían demandando bienes y servicios y su abastecimiento permitió mantener un cierto nivel de producción, aunque el conocimiento que tenemos del funcionamiento de los mismos es bastante reducido, ya que la mayor atención de los estudiosos se centró en la agricultura de exportación. Sin embargo, el paulatino dislocamiento de algunos circuitos regionales y especialmente la quiebra de numerosos circuitos de exportación condujeron al estancamiento económico, aunque con diferencias regionales bastante apreciables.Otro factor económico importante es la producción de las comunidades indígenas, no sólo orientadas hacia su autoconsumo sino que también tenían una estrecha vinculación con el mercado, especialmente para poder contar con el numerario necesario para el pago de los tributos. En las décadas que siguieron a la emancipación, las comunidades demostraron una fuerte resistencia a su disgregación, intentada en numerosas oportunidades, generalmente por gobiernos de corte liberal. Bolívar ya había propuesto su disolución en el Perú, pero las comunidades andinas supieron mantener sus intereses corporativos, esenciales para la defensa de sus tierras, pese al avance de los hacendados, comerciantes y otros grupos urbanos en ascenso que quisieron apoderarse de su patrimonio. En lo que a las manufacturas se refiere, México fue el único país que en estos años pudo conservar un sector textil lanero de una cierta envergadura, ya que el importante centro ubicado en torno a Puebla siguió en activo después de la independencia. En primer lugar, México contaba con una población apreciable y un mercado interno extendido, mucho mayor que el de cualquier otro país latinoamericano, lo que era un estímulo importante para los empresarios, y en segundo lugar, porque los circuitos comerciales provenientes de la época colonial, entre ellos el que abastecía de materia prima a los centros productores, seguían funcionando con bastante eficacia. La expansión de las exportaciones estaba condicionada por la falta de infraestructura y las malas comunicaciones que dificultaban, y encarecían, el traslado de los productos agrícolas de las zonas de producción a los puertos de exportación. Así como las distancias protegían a las manufacturas locales, también desanimaban, por no ser competitivas, a numerosas actividades que podrían convertirse en exportables. En las décadas centrales del siglo XIX sólo algunos productos americanos podían competir, bien porque se producían cerca de los puertos, o bien por lo elevado de su valor unitario. Los intercambios internacionales de mediados de siglo apenas alcanzaban los niveles existentes en 1810. En los distintos países se comenzaron a aprovechar, de momento muy tímidamente, las ventajas comparativas que permitirían el crecimiento económico en la segunda mitad del siglo basado en la apertura de las economías y en el auge exportador de productos primarios. En las primeras décadas independientes, dos de los casos más notables fueron los de Venezuela y el Río de la Plata, por las exportaciones agrícolas, en un caso, y ganaderas, en el otro. También destacó el café de Costa Rica y Venezuela. Por el contrario, como ya se ha visto, el desempeño más lamentables fue el de México, Perú y Bolivia, que seguían dependiendo básicamente para sus exportaciones de la minería de plata, un sector muy golpeado durante las guerras de independencia. En el caso peruano, la demanda británica de lana de alpaca y vicuña favoreció la evolución de su balanza comercial, aunque no lo suficiente como para compensar la enorme caída provocada por la situación minera. Cuba fue un caso aparte, ya que la agricultura de plantación orientada al cultivo del azúcar, con mano de obra esclava, permitió que entre 1815 y 1850 la producción pasara de 40.000 toneladas a 200.000.Las necesidades fiscales y la inexistencia de sistemas tributarios modernos, basados en impuesto directos, fueron uno de los motivos de la apertura económica. De modo que los impuestos aduaneros se convirtieron en la base del sistema fiscal y permitieron la gran expansión del comercio exterior. De las exportaciones dependía el volumen de divisas con que se contaba para importar los productos necesarios, que eran precisamente los que tributaban y de ahí, también, la necesidad de fomentar las exportaciones. De todas formas, el tamaño limitado de las haciendas públicas, sumado a su escasa capacidad recaudadora en un medio marcado por la inestabilidad política e institucional, dificultaron enormemente la labor del Estado en las tareas de reconstrucción. Los apuros de la Hacienda tendieron a mantener el tributo, o a encarar con gran lentitud su transformación. Tras la abolición por las cortes de Cádiz en 1811, sólo México no lo reimplantó, pero Bolivia y Perú (donde había sido abolido por San Martín, en 1821) no hicieron lo mismo. Los intentos de ambos países para abolir el tributo indígena fracasaron por su gran incidencia sobre la recaudación fiscal, debida a la caída de la actividad minera y la escasa magnitud de sus exportaciones. En Perú, tras cinco años de ensayo sanmartiniano, se repuso el tributo con el nombre de contribución indígena y fue necesario esperar al auge guanero para solventar la cuestión. En Bolivia, su importancia era mayor, porque la recaudación aduanera era menor, y en 1826 se revocó la anulación decretada por Bolívar un año antes. El tributo supuso cerca del 80 por ciento de los ingresos fiscales bolivianos entre 1835 y 1865, y a partir de allí su importancia decreció, para ser finalmente abolido en 1882. Los años que van de mediados del siglo XIX hasta principios de las décadas de 1870 o 1880, inicio del crecimiento económico motivado por el auge exportador, fueron aquellos en los que se sentaron las bases del crecimiento posterior. El crecimiento respondió en buena medida a la expansión de la economía europea entre 1850 y la crisis de 1873, lo que aumentó la demanda de productos latinoamericanos, tanto por parte de los países europeos como por los Estados Unidos. Si bien Gran Bretaña siguió siendo el líder mundial indiscutido, surgieron otras potencias industriales, como los Estados Unidos, Francia y Alemania, que comenzaron a rivalizar por los mercados latinoamericanos. En la década de 1860, la mayor parte de América Latina atravesó un crecimiento espectacular. Entre 1850 y 1873 las importaciones británicas de productos latinoamericanos crecieron casi un 300 por ciento, mientras que las exportaciones a la región lo hicieron en un 400 por ciento. Ahora bien, ¿hasta qué punto las exportaciones favorecieron el crecimiento económico? ¿Cuáles fueron los efectos sobre sus economías? La respuesta, vinculada a la vieja polémica sobre la autonomía o la dependencia, debe contemplar la tasa de retorno de las exportaciones, es decir, el porcentaje del dinero invertido por los extranjeros que retornaba a sus países de origen o quedaba en los países americanos. Uno de los productos que tenía en esta época una mayor tasa de retorno era el guano. No fue sólo la expansión del capitalismo europeo lo que benefició la coyuntura comercial, sino también el descubrimiento de yacimientos de oro en California, lo que permitió reactivar la navegación a través del Cabo de Hornos y con ella, el papel de los puertos chilenos y peruanos. La intensificación de la navegación y el aumento de la demanda californiana permitieron el crecimiento de las exportaciones. Si en los años 40 anclaban en los puertos chilenos unas 1.400 embarcaciones anuales provenientes de Europa y de los Estados Unidos, en la década siguiente, en plena fiebre del oro, el promedio aumentó a más de 3.000. En el Perú, la expansión del sector exportador permitió modificar la base del sistema impositivo, acabando con el tributo indígena. Siguiendo a Carlos Marichal podemos afirmar que en esos años las transferencias de capital extranjero a los países latinoamericanos se aceleraron considerablemente y que en la década de los 60, los gobiernos de Argentina, Brasil, Chile y Perú, pero también los de algunas pequeñas repúblicas como Honduras, Costa Rica o Paraguay, intentaban negociar sus empréstitos en los mercados bursátiles de Londres, París o Amsterdam. Buena parte de los créditos contratados en esos años se destinaron a la construcción de ferrocarriles, lo que denota claramente el objetivo de promover el desarrollo a cambio del endeudamiento externo. En esos años los países más endeudados fueron Perú (casi 52 millones de libras esterlinas), Brasil (23 millones y medio), México (casi 17 millones) y Argentina (13 millones y medio). Las transferencias financieras fueron impulsadas por los bancos británicos que en un número importante comenzaron a instalarse en la región, al amparo de una legislación más favorable que en su país de origen. La construcción ferroviaria comenzó una expansión importante, prolongada durante el período siguiente. Salvo casos aislados, los primeros ferrocarriles se vincularon al desarrollo del sector exportador. El Estado y los inversionistas locales impulsaron con frecuencia la construcción ferroviaria, y para ello solían recurrir al endeudamiento extranjero. Así por ejemplo, el ferrocarril que en 1873 unió a la ciudad de México con el puerto de Veracruz fue construido y explotado por una compañía privada mexicana, aunque parte de los fondos había sido adelantado por las tropas de ocupación francesas por motivos estratégicos. La insuficiencia de capitales locales también hizo necesario el aporte directo de inversionistas extranjeros, especialmente británicos. Este fue el caso del ferrocarril que se comenzó a construir en 1857 en el norte de la provincia de Buenos Aires, impulsado por capitalistas locales vinculados al negocio de exportación de lanas, pero que ante la falta de recursos terminó en manos de compañías extranjeras.Los países que conocieron una mayor expansión de sus exportaciones fueron Argentina, Chile y Perú, aunque sin igualar a Cuba. Entre 1861 y 1864, el promedio anual de las exportaciones cubanas fue de 57 millones de pesos, que no se redujo ni siquiera en los primeros años de la Guerra de los Diez Años (1868-1878), mientras que las exportaciones argentinas, chilenas y peruanas a principios de la década de 1870 eran del orden de los 30 millones de pesos anuales. México venía por detrás con 24 millones. Las exportaciones chilenas se basaban en el cobre, por la producción de los yacimientos de Coquimbo y Copiapó en el Norte Chico. En la década del 60, Chile fue el primer exportador mundial de cobre, pero perdió esa posición al final de la misma por los avances tecnológicos de la minería norteamericana, que estuvo en condiciones de producir a precios muy inferiores a los chilenos. En pocos años el cobre chileno dejó de ser competitivo y desapareció durante unas décadas de los mercados internacionales. Las exportaciones argentinas se basaron en distintos productos agropecuarios. A mediados del siglo XIX se produjo un importante avance del ganado ovino en la Provincia de Buenos Aires, que permitió considerables exportaciones de lana, pero al final de la década el sector entró en crisis y fue reemplazado por la ganadería vacuna. En pocos años más, gracias a la expansión de la frontera agrícola y del ferrocarril, les llegaría a los cereales el momento del "boom". El crecimiento económico vinculado a la exportación y la revitalización de ciertos sectores de servicios, como el comercial y el financiero, permitieron la recuperación de la vida urbana, que como vimos había retrocedido tras la independencia. Las capitales, los puertos y algunos enclaves cruciales para la producción exportadora fueron las principales beneficiadas. En este último caso estaban Barranquilla y Guayaquil, que crecieron mucho más rápido que las capitales de sus respectivos países. En 1870, México seguía siendo la mayor ciudad hispanoamericana, con 220.000 habitantes, seguida por La Habana y Buenos Aires, con más de 200.000. Pero Buenos Aires ya había iniciado un espectacular proceso de crecimiento que la llevaría en las décadas siguientes a multiplicar varias veces su población. Mientras Lima, Montevideo y Santiago superaban los 100.000 habitantes, Bogotá y Caracas se habían quedado estancadas en los 50.000.Las exportaciones peruanas de guano fueron uno de los ejemplos más exitosos de estos años, pero también uno de los más debatidos en función de su aporte al crecimiento económico y de los beneficios aportados al país. Desde la década de 1840 hasta el inicio de la guerra con Chile, tanto las exportaciones como la evolución política y económica del país dependieron del guano, utilizado por la agricultura europea como fertilizante natural. En este período se exportaron casi 11 millones de toneladas, por un importe de casi 100 millones de libras esterlinas. El guano pertenecía al Estado, encargado inicialmente de explotarlo, pero por sus características y por su localización, su explotación podía generar escasos encadenamientos hacia atrás o hacia adelante. Junto con el guano, aunque en cantidades menores, se exportaba cobre, nitratos, materias primas para la industria textil (algodón y lana) y azúcar.Desde 1847 los ingresos aduaneros fueron de tal magnitud que ese año se consolidó la deuda interna y al siguiente se comenzó a liquidar la externa (unas 4.400.000 libras esterlinas). Con la garantía de estos ingresos los sucesivos gobiernos contrataron nuevos préstamos extranjeros para financiar obras de infraestructura y la adquisición de armamento. En veinticinco años la recaudación fiscal se quintuplicó y los ingresos provenientes del guano que en 1846/47 representaron el 5 por ciento del total crecieron al 80 por ciento entre 1869 y 1875, lo que permitió dotar al país de una burocracia más eficiente. La coyuntura propició movimientos especulativos que permitieron el rápido enriquecimiento de quienes habían comprado títulos de la deuda a precios irrisorios.En 1850 Lima ya contaba con alumbrado a gas y se vinculó por ferrocarril con el vecino puerto de El Callao. La influencia liberal y la modernización alcanzaron a la legislación y en 1852 se promulgó el Código Civil, que anuló todos los privilegios corporativos, en un ataque directo a las comunidades indígenas, aunque su patrimonio no sería totalmente liquidado hasta el siglo XX. Los indios, convertidos en ciudadanos, quedaban inermes ante los ataques de los hacendados y mercaderes. El movimiento se aceleró después de la abolición del tributo, en 1854, lo que suponía mayores inconvenientes para reclutar mano de obra asalariada por parte de los terratenientes. Otra medida impulsada con los recursos del guano fue la abolición de la esclavitud (había cerca de 25.500 esclavos), ya que se indemnizó a cada propietario con 300 pesos por esclavo, lo que evitó la gran conflictividad política que se había producido en otros lugares, como en el Brasil, ante un fenómeno similar. Los principales beneficiarios por la medida fueron los grandes hacendados de la costa norte, que decidieron invertir una buena parte de las indemnizaciones en la modernización de sus haciendas, orientadas a la producción de azúcar para la exportación. Sus ventas se incrementaron rápidamente, siendo en 1862 el 28 por ciento y en 1879 el 32 por ciento del total de las exportaciones. La adopción de estas dos medidas (abolición del tributo indígena y de la esclavitud) le valieron al presidente Ramón Castilla el título de Libertador. A partir de 1860 la exportación del guano dejó de estar en manos directas del gobierno y de la misma pasó a encargarse una serie de casas limeñas convertidas en consignatarias, mientras que su comercialización seguía estando en manos de comerciantes europeos. Los consignatarios cumplieron una función similar a la de los agiotistas mexicanos y de otros países latinoamericanos, y gracias a la especulación y a la utilización de recursos públicos, su enriquecimiento fue muy rápido. Una vez más debe buscarse en la debilidad política del Estado y en el raquitismo financiero de su Hacienda la existencia de tal estado de cosas. Nicolás de Piérola, ministro de Hacienda de José Balta, eliminó las concesiones a las casas peruanas y concedió una sola a la compañía francesa de Augusto Dreyfus, vinculada a la Société Générale de París, y liberó al gobierno de la situación a la que lo habían conducido los anteriores consignatarios. También se contrataron empréstitos en Europa, especialmente en Londres, para reforzar el poder del Estado y emprender la construcción de algunas obras de infraestructura, como los ferrocarriles, tarea en la que destacó Henry Meiggs, que anteriormente había construido ferrocarriles en Chile. En 1873, el gobierno peruano tuvo que enfrentarse con los efectos de la crisis internacional. Esta sacudió a un país fuertemente endeudado y sumamente dependiente del sector financiero internacional, a tal punto que en 1876 decretó por segunda vez la cesación de pagos. En esta época se comenzó a construir el ferrocarril que uniría a Lima con Cerro de Paseo, clave para la expansión de la minería. Más al Sur comenzaron a explotarse, con bastante éxito, los yacimientos de nitratos. La necesidad de consolidar el control estatal sobre los mismos llevó a Manuel Pardo a establecer el monopolio del mismo en 1873 y a expropiar los yacimientos dos años más tarde. Los mineros británicos y chilenos afectados trasladaron sus explotaciones a Chile, desde donde comenzaron una campaña de agitación política contra el gobierno peruano. La disputa por el salitre, que involucró a Chile y Bolivia, finalmente condujo a la guerra.La contienda enfrentó a los chilenos, deseosos de anexarse los yacimientos salitreros, con la alianza peruano-boliviana. En un principio la acción chilena iba dirigida sólo contra Bolivia, pero la posibilidad de una unión entre ambos países era vista por los peruanos como algo desastroso, ya que implicaba la permuta de los territorios salitreros bolivianos, que pasarían a Chile, por el sur del Perú, que pasaría a Bolivia. Perú terminó por involucrarse en un conflicto que le sería totalmente desfavorable. En febrero de 1879 el ejército chileno tomó el puerto boliviano de Antofagasta y dos meses después se declaró la guerra abierta. A fines de ese año Chile invadió la provincia peruana de Tarapacá, que posteriormente se anexaría, y después de conquistar el sur del país su ejército entró en Lima en enero de 1881.